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Roberto González: Respuestas, a las preguntas del alma…


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Fotos: Cortesía del artista.

Roberto González es un hombre de muchas paradojas. Minimalista en los recursos, conceptual, surrealista, con una técnica excelente en el campo de la línea y del color…, una mezcla de ingredientes que resulta en un artista original.

Él ha sabido construir un puente entre lo sicológico y lo físico. Su obra, es pues, una continua exploración de la evolución y supervivencia de la humanidad por hallar fuerzas en sueños, esperanzas y aspiraciones, pero también de la realidad en dondequiera que esta se encuentre. Un trabajo personal que muestra, en composiciones muy elaboradas, el núcleo de la emoción humana, expresando triunfos por sobre los obstáculos superados.

En una exposición, realizada en la galería La Acacia y titulada Islas (2008), el creador asociaba una figura solitaria, casi siempre (que era él) con el vasto paisaje marino. Un único nadador flotando en el agua creaba una sensación de aislamiento en tanto que parecía no tener límites, posiblemente un anhelo idealizado por el artista de liberar su propio cuerpo. Figura que si bien pequeña en su entorno semejaba dominar el ambiente y ser capaz de desplazarse a su antojo sin obstáculos aparentes. Pero sondeemos el contexto de su quehacer pictórico.

En la mayoría de las obras, el artista aparecía como un personaje, aunque quiso especificar que NO es un autorretrato, lo utilicé como modelo, un poco por la comodidad de tenerse a “mano” para tomarse la foto y utilizar esa imagen. No hay nada de narcisismo, ni de “copia” de Hitchkock, especificó sonriente. Este tipo de artista trabaja mucho con la fotografía como base para sus creaciones y se le ocurrió esta idea cuando ya estaba haciendo los cuadros de la exposición, de ahí que haya algunos en que no está presente, porque fueron los primeros realizados. ¿Isla? La misma palabra, en singular, es tomada como concepto para realizar la muestra. La isla es una porción de tierra separada por el mar del continente, la isla tiene su identidad propia, por eso la idea de que aparezca un solo personaje en cada cuadro, para reafirmar o reforzar el concepto de Isla, como identidad, pensamiento íntimo de cada persona, un poco separado de la masa, globalizadora, como identidad personal que no puede perderse porque es el centro, lo más importante: Isla= persona.

Subyace en la condición humana el espíritu animista que domina en el niño, en el hombre primitivo y en quienes, liberados de la conciencia, consiguen dar rienda suelta al automatismo creador de mundos mágicos. Podría ser el caso también de este pintor cubano (Ciudad de La Habana, 1972) cuando integra en sus obras una figuración que tiene puntos de contactos con la realidad y que se organiza en el plano de forma caprichosa, a la manera de los sueños. Aunque, cada día más  —y fue muy visible en su serie Historias cotidianas, que expuso en Cuba y en varios países europeos (Alemania y Holanda) en el 2010— sus raíces se afianzaban un poco más en la vigilia, pues del mundo real, del día a día, extrae y expone, con cierta dosis de humor en las imágenes, los problemas sociales universales del hombre sobre la Tierra.

A veces lírica, otra misteriosa, es la atmósfera creada en sus composiciones —inmersos en una escenografía de fondos neutros, que coquetean con la abstracción muchas veces—, y que con admirable oficio, integran elementos del hoy mezclados con la tradición del arte occidental y, por supuesto, el nuestro. Podían ser personajes reunidos dentro de un pomo de cristal (Transparencia),  en una cafetera (Un tiempo para el café), en un cucurucho de maní (La sal está en el fondo), o en una bolsa de papel (Mucho para un cartucho)…

Acuñando rasgos surrealistas

Roberto González, graduado de diseño gráfico en el IPDI, La Habana, 1993, descubre al mundo el surrealismo del tiempo que vive. Un movimiento iniciado en 1923, con un segundo manifiesto hacia 1930, para cantar el desencanto de una humanidad que se encaminaba al desarrollo de la tecnología con creciente incertidumbre. “Hermoso como el encuentro fortuito de una máquina de coser y una sombrilla sobre la mesa de disección”, es la frase de Isidore Duchase acuñada para ilustrar la actitud del surrealismo, que recogió los elementos de una realidad destrozada por las guerras de un pensamiento en crisis desde que Einstein dio a conocer la teoría de la relatividad que revolucionaba las nociones del espacio y tiempo, y desde que Freud ponía en duda la validez de la conciencia para priorizar la autenticidad del mundo de los sueños. 

En esta evolución de ideas, imágenes y filosofías del siglo XX, pero renovadas y matizadas con tintes de la realidad y la conciencia, se inserta la pintura de Roberto González. Razones e interrogantes se conjugan en un arte que busca la continuidad histórica, siguiendo el hilo invisible que da sentido a la tradición. Su creatividad despliega sobre el soporte elegido las imágenes libres que corresponden a las historias que están delineadas desde su propio mundo interior.

A comienzos del pasado siglo, el surrealismo entregó una dosis de espiritualidad, una magia, que atenuaban las aristas del cubismo y apagaban los brillos deslumbrantes del futurismo. El énfasis estaba puesto en el automatismo, para reproducir, libre y espontáneamente durante la vigilia, aquellas imágenes soñadas, todavía subyacentes en el inconsciente. Un rescate similar al del niño que conversa con las piedras o las nubes, al del hombre primitivo que anima la naturaleza con espíritus del bien o del mal.

Hacia el año 2012 aparece la muestra Hombre al agua (galería Enlace Arte Contemporáneo en Lima, Perú). El hombre y su problemática enfoca, como eje central, en esas producciones pictóricas que constituyen un fértil terreno donde re-utiliza muchos objetos de la cotidianeidad ¡para humanizar a las personas!, que cada vez, con más fuerza, se alejan de lo esencial de la vida, perdiendo la brújula que marca la felicidad… Estas piezas, firmadas a partir de 2011 eran una suma de sus series anteriores: Islas e Historias cotidianas. A veces lírica, otra misteriosa, es la atmósfera creada en sus composiciones-inmersas en una escenografía de fondos neutros, que coquetean con la abstracción muchas veces. Con admirable oficio integra elementos del hoy mezclados con la tradición del arte occidental y, por supuesto, el nuestro. Podía ser un llamado de alarma o alerta al ser humano actual por la voracidad con que se vive en ¡Hombre al agua!, el simulacro de un “vuelo” cuando alguien siembra una pluma en la tierra como símbolo de espiritualidad en Cultivadores de vuelo, ese mueble-edificio azul que simboliza la tierra, y cuyas gavetas se transforman en balcones con gentes en Convivencia, o aquel colador de café repleto de personas tratando de “extraer” la esencia de cada uno, más allá de las razas, sexo… en Esencia

En este rescate se puede ubicar el trabajo de Roberto González, cuando pinta sin dibujo previo, siguiendo el dictado de su interioridad, imaginando al compás de sus gestos, mientras capa sobre capa el pincel opera el milagro de una pintura tersa, mágica, inteligente” salto al vacío a las preguntas del alma… En las respuestas del creador —quien a pesar de su juventud, su obra ha desandado en diversas ocasiones las salas de audición de destacadas casas subastadoras como Sotheby’s y Christie’s, tanto en Nueva York como en París—, están las referencias a los maestros del pasado.

Las miradas pueden remontar al espectador a las extravagancias de Dalí, los vuelos imaginativos de Chagall, la metafísica de De Chirico, y hasta la fijación del instante que consiguió Magritte. Pero hay más, siempre hay un concepto esbozado, entre las formas y tonalidades. Algo que nos dice: estoy aquí.

Tocando la identidad

El tema de la Identidad  transformado en serie toca a sus puertas en el 2013. Todo surgió cuando el artista reconoció que las personas en la sociedad actual se “identifican” a partir de las fotos de carnet o pasaporte que “nada me dicen de ellas”, expresó. Entonces se le ocurrió hacer retratos pintados en fotos de carnet y que llevaran consigo algo de su verdadera identidad o, simplemente conectándolas con algo de ellas mismas. Había otras piezas que no eran retratos propiamente dichos pero abordaban, desde distintas aristas, el tema de la identidad. Era no solo pintar el rostro que no dice mucho de la persona sino más bien humanizar el retrato. Como si fuera una suerte de caricatura con una historia y su propia identidad. Es que “siempre me pareció muy fría la manera que se identifica a la gente”, dijo. Y ahora reúne una serie de muebles donde emplaza a los personajes porque quiere darle más protagonismo a los objetos en su obra. Una gran muestra de estas piezas mostró con todo éxito en la galería Enlace de Perú (2014).

Allí, los cuadros de Roberto González destacaron por los retratos, donde hace “un guiño a las fotos que se toman para el DNI, aunque aquí muchos muebles reemplazaban los rostros de los protagonistas, y de esta manera se acerca al mundo interior de los personajes. Esta serie tuvo su inicio según contó el creador en una visita que realizara al Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Allí observó una pieza inca que le inspiró para trabajar el tema de la identidad, individual y global, siempre en constante cambio. Es que el rostro de un hombre, atrapado en una jaula nos plantea la idea de que estamos apresados en nuestra propia imagen…”, como se destacó en un escrito en el diario El Comercio, de Lima. No hay dudas, en sus lienzos, el artista cubano busca retratar la personalidad de las gentes.

Roberto González entra conscientemente en esta corriente dinámica que es la evolución de las artes plásticas, al ritmo de las ideas de cada tiempo. La excelencia de su dibujo le permite estructurar un universo que el pintor va develando a partir de una tela pintada, en la que bruñe y saca luces, dando por resultado una pintura tonal, de paleta baja e impecable oficio. Este sistema se adapta a su preocupación por la luz, mientras desarrolla el collage de situaciones e imágenes que se mueven hacia esa zona de contrastes donde él las dirige sabiamente, buscando enfocar el nudo central, aquello que le interesa.  Son composiciones, en muchos casos para reflexionar, que generan quietud  cierta reflexión y un delicado balance de formas, enfatizando una armoniosa acción recíproca. Su estética y estilo son inconfundibles… De ahí que su obra sea decreto personal del artista que parece decir: “Yo, Roberto González, soy maestro de mi vida y amo de mi mundo”.


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